No creas.
El silencio
También se hace escuchar
Tiene sus rumores nocturnos,
Cuando creemos que nada
perturba nuestro sueño.
Si prestamos atención
Si nos levantamos a
hurtadillas de la cama
En el mar de lo oscuro
Donde boya la noche,
Veremos cómo se afana y trabaja
El hormiguero de la envidia.
Podremos confirmar los
rumores
que genera el deseo,
la codicia.
El verde murmullo de las
plantas creciendo
Y creen, quizá, pasar
desapercibidas.
La tenue resonancia de un
jazmín que se abre
En lo blanco puro
De la noche
En el apagado balcón.
Y los odios.
Los odios que circulan bajo
nuestros pies
Nuestras cabezas
Como subterráneos atestados
de odiados
Y odiantes profesionales
Ansiosos para llegar al
aborrecimiento
Al rencor más próximo
En la siguiente parada.
El torpe sonido de bajo
volumen
Que forjan las ansias de
amar,
De los gritos de poseer
De ser amado.
Desde algún lado proviene
el ronroneo
De la carcoma de las
desilusiones
De otro, el desliz de
lágrimas por miles de mejillas.
Mientras que desde el
derredor,
Desde todo lo que nos
circunda
en esta confusa ciudad de
clamores y susurros
nos arremolina el retumbar
de los pasos de la Muerte.
Esa Muerte a quien no le
importa
El quieto estrépito de su
taconeo
Sobre pisos recién
lustrados
O sobre el fermentado barro
Que Ella misma produce.
Quizá la vida se componga
sólo
de esta infausta,
sombría orquesta
primaveral.
Quizá vivamos con este
silencioso
Y escandaloso Mozart
Día y noche.
Noche y día.
Toda nuestra vida.