Es posible
que de tanto escribir con los bolsillos rotos
la voz se me hubiera derramado.
Es posible también que la olvidase
en algún despintado banco de plaza:
una voz, un diario, una mujer, un paraguas.
Como quien hace oler al perro
una prenda del extraviado,
me incliné hacia el corazón
y agité una secreta palabra en su oído.
En el oído del corazón.
"Ahora corré
y buscá
y traé
y devolveme la voz"
- le dije.
Pero el corazón no se movió.
"No puedo devolverte
lo que ya no es nuestro
- respondió -
sino de nuestros muertos."
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