Entonces
los ríos eran verdaderos.
Ahora
sólo distingo cadáveres de agua.
Entonces
los desiertos parecían desolados.
Ahora
se me figuran hacinados de esquinas,
de calles.
Allí espero.
Vuelven los terremotos
a golpear a la puerta;
quizá nunca me abandonaron.
Quieta, edad.
Tiempo al tiempo.
Si el padre supiera que el hijo
acaba de construir
cincuenta y siete años.
¿Qué habría dicho,
así como está
debajo de su grieta?
¿Habría querido verme
desde la tierra de sus ojos?
¿Habría querido estrecharme
desde sus brazos atragantados de sombra?
Vienen volando los bastones.
Se posan en la mano;
la mano que les da de comer.
Y todo es de utilidad
en este tiempo de sismos.
Un bastón
un padre
un desierto
una grieta
un río.
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