A los cincuenta y dos años
es como cabalgar sobre un lagarto.
A veces una ducha,
un poco de agua colonia,
y salgo a pasear por el pantano.
A los cincuenta y dos años.
Vení,
subite,
vamos a cabalgar.
Hacé girar la matraca dentro de mi boca.
Hay días póstumos.
Con la solapa levantada
entro en los cines triple equis
solo.
Sólo yo y mi lagarto por el pasillo oscuro.
Te pido,
poneme la sangre en su lugar.
Tengo desorden en los ojos.
¿Quién va a pintar mi dentadura de negro?
¿Quién va a detener mi cabeza
cuando estalle el crepúsculo?
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