(A Gilles Deleuze, pensador francés suicidado el 4 de noviembre de 1995)
Un señor
Un señor parecido a
otros señores
Decide un día salir
de su departamento
Y no quiere hacerlo
por la puerta,
No quiere dar el
paso inicial a través del vano
Y colocar la suela
de su zapato en el suelo.
Ese señor
Con cierta
reticencia
Con cierta duda
opta salir por la
ventana
y dar el paso
inicial
y apoyar la suela de
su zapato
en el aire.
Y éso es lo que hace.
Apoya la suela de su zapato en el aire
Apoya la suela de su zapato en el aire
Sabiendo que ese
aire
Está a muchos
muchísimos metros del suelo
Ese señor aún vive
en su departamento
Ese señor vive a mucha
altura
En un edificio con
infinidad de pisos
Ese señor vive como
si fuera un satélite del planeta.
Tan lejano del suelo
habita.
Como decía, resuelve
hacer su primer paso
Apoyando el pie en
el aire
Y sabiendo que no va
a poder volar
Que no va a poder caminar
Que no va a poder
vivir.
Y mientras cae
Mira por la ventana
de cada piso
Cae de duelo en
duelo
De llanto en llanto
De fatiga en fatiga
Hasta que - quizá sin darse
cuenta -
Su cuerpo golpea el
piso del suelo verdadero
Del suelo al que
tanto anhelaba y temía llegar.
Del suelo de baldosas
imperturbables, apáticas
Y hacia donde las
personas corren para observar
Ese hecho curioso
Ese hecho lleno de
sangre y de un par de anteojos destrozado
Como ese señor.
Ese señor ya no cree
más en nada
Y sus largas uñas y
su pelo quizá le sigan creciendo un poco.
Qué lástima digo,
Un señor tan unido
Tan amalgamadas sus
piernas al tronco
Y sus brazos
Y su cabeza más aún,
Fusionada a su
razonamiento
Siempre cavilando
examinando
Hilando y razonando
Un señor tan unido
en sí mismo
Estén ahora
desperdigadas sus partes
Por ese pavimento
que no le permitió continuar.
Ese señor ha
escogido
No volver a pensar.