jueves, 30 de septiembre de 2010

Otero de entrecasa

Miro

la luna que agoniza entre tus piernas.

Miro

la cuerda de amor que nos ahorca.

Miro

el ancla que en tu vientre se abandona.

Miro

mi barco en tu mar, quizá esperando.

Miro

la oscura oveja muda que me abriga.

Miro

tu astro que encandila mi silueta

el azul ultramar de tus rincones

el nido total de tus olores.




Ella mi madre

          Ella mi madre me decía sin decirme

          soy el fruto caído de ningún árbol,

          el sueño por nadie soñado.



          Yo su hijo le decía sin decirle

          mi corazón tiene un latido ajeno,

          mis manos cavan en el aire.



          En un tiempo supimos ser el uno para el otro

          sin haber uno,

          sin haber otro.



          A ella mi madre

          el dolor fue lo único que no le confiscaron.



          A mí su hijo,

          una sonora niebla

          hizo que cayera en el estanque del odio.



Cuando se sienta en la cama, a mi lado

Mi mujer se sienta desnuda a mi lado
y se dispone al sueño.
En la penumbra de la lámpara
ella es para mí como un enjambre.
Sentada en el borde de la cama
controla sus costumbres amorosas:
la hora, el sostén, la lectura,
las gotas de trigo por los muslos,
el nervioso pelo renegrido.

Es como un enjambre de ojos y de almohadas
cuando  pontifica,
sentada y desnuda.
Es como un enjambre lo que sucede.
Trato de continuar la lectura
y en el libro revolotean
las amplias mariposas de sus manos.

La pequeña sombra de sus pechos
cubre la tipografía volátil.

La espero callado y encogido,
para naufragar en su arena movediza.

Creéme.
Es como un enjambre.

Mataderos

   Manejaba a buena velocidad por Avenida del Trabajo, cuando el semáforo de Corvalán lo hizo incrustarse frente a la nada. Hacía calor, mucho calor. La camisa blanca se le pegaba a la espalda, sentía hervir la nuca, las axilas, los testículos.

   Un fuerte olor lo hizo mirar a la izquierda. A no más de medio metro de su automóvil, se había detenido también un camión de transporte de ganado. Las vacas  - apretujadas, prensadas - pataleaban en el piso del acoplado una y otra vez salpicando el aire con estiércol. La proximidad de los animales, el mugido a coro que se levantaba del camión como un sonoro espectro, lo hicieron sobresaltarse ligeramente.

   Una vaca, echada, lo miraba. Le vino a la cabeza la imagen de una esfinge. La tenía ahí nomás, al alcance de la mano. Sin pensarlo estiró el brazo a través de la ventanilla, pero no llegaba. Abrió un poco la puerta del automóvil y se inclinó. La vaca pareció entenderlo. Empezó a frotar la trompa con lenta fuerza , tratando de sacarla a través de los tablones.

   El hombre volvió a inclinarse más todavía, y logró acariciarle los belfos. Sintió la baba tibia, pegajosa, que le impregnaba la mano. Tocó por un instante el cuero húmedo y  vivo, la dura pelambre.

   De pura excitación puso primera y picó a lo fórmula uno, sin tener en cuenta los vistosos colores del semáforo. El camión recolector que venía por Corvalán lo lanzó a unos cuarenta metros de esta vida.

   El animal lo sobrevivió un par de horas.   

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Madre del padre y otras cosas

Trasnochada es la mañana.

Y en el empedrado persiste

definitiva,

la huella de la última luna.



El ocre,

con la apariencia de la hojarasca agónica

aún respira.



Nada me es permitido llevar,

nada me es permitido recordar.



 
Sin embargo,

en el álbum de los otoños

custodio su fotografía.

Una imagen en blanco y negro

desde sus ojos celestes.



Adoquín y espuma

ella.

Sartén y tierra.



Con mi oído avizor,

incandescente,

trato de exhumar al menos

su idioma.



Rastreo sus manos,

perdidas entre tanta hoja reseca.

Sus manos que no ofendían

ni adelantaban la caricia.



Veo llegar al Barrendero.
Tararea.

Empuja.


Le preguntaron si tenía interés en conocer la Biblia

  Le preguntaron si tenía interés en conocer la Biblia, y a través de la mirilla los vio tan prolijos, de inocente sonrisa, pantalón negro él, pollera negra ella. Ambos de camisa blanca,prolijos. Decentes.
  Les abrió la puerta y no le dieron tiempo. Eran jóvenes. Le metieron un trapo en la boca, se la sellaron con cinta adhesiva. Atada a una silla  ahí quedó, paralizada de miedo, de estupor.
   Al irse la dejaron así. Bajaron la cortina de enrollar,  apagaron la luz, cerraron la puerta. El departamento quedó hecho un revoltijo. Ella hizo lo único que pudo. Llorar en la oscuridad, en silencio, y esperar que él volviera del trabajo a eso de las ocho.
  Serían las cinco. La luz, fatigada, entraba a desgano a través de las ranuras de la cortina.
  A eso de las ocho se orinó encima. Pensó por enésima vez cuándo vendrá este pelotudo, sin saber que el hombre ya estaba subiendo por el ascensor.
  Oyó abrir y cerrar las puertas tijera. Oyó los pasos, la llave.

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  Encendió la luz de la cocina. Levantó del suelo la boleta del gas y la de las expensas. Se quitó el saco, abrió la heladera, echó un vistazo. Tomó un trago de leche y volvió a cerrarla.
  Al encender la luz del living lo primero fue un grito y un sobresalto. Con rapidez se acercó a la mujer, le arrancó la cinta, le quitó el trapo que le llenaba la boca. Ella no le dio tiempo.
 - ¡Desatame querés. Desatame. Desatame!
  Por algún motivo no la escuchó. Acaso el caos a su alrededor. Con que no hayan tocado los dólares, se dijo.
 - ¡Pero qué esperás, pedazo de infeliz! ¡Desatame te digo!
  Como si la mujer no existiera irrumpió en la cocina. Subió a un banquito, levantó la tapa de una de las cacerolas, miró adentro, suspiró aliviado. Ahora todo lo demás me importa un carajo, pensó. Se metió en el baño mientras los gritos lo apretaban sin piedad.
 - ¡Desatame, la puta madre, desatame querés!
 - ¡Ya va!  ¡Un momentito, esperá un momento, qué joderse...!
  Algo le hacía tomar con calma todo aquello. No había ocurrido ninguna tragedia, el dinero estaba, a ella no la golpearon, sería cuestión de volver a colocar todo en su lugar. Nada más.
 - ¡Ovidio desatame, por favor te  pido! ¡Mirá cómo estoy, hecha una inmundicia, hace horas que estoy así, Ovidio, quiero ir a lavarme! ¡Desatame, infeliz!
  El no podía poner orden en sus ideas. Como si el aquelarre del living se hubiera instalado también en su cabeza. Como si los intrusos, además de dar vuelta los placares, le hubieran traído a la superficie  los sentimientos aquietados durante años, doblados y ordenados en el fondo de sus propios y particulares cajones. 
  Tenía la intención de desatarla.
  Algo hermético, misterioso, se lo impedía.
  Quién sabe, la idea de ver a su mujer imposibilitada, aunque más no fuera una sola vez en la vida, lo animaba.
 - ¡Pero qué mierda estás esperando, Ovidio! ¡Desatame de una vez!
  Se sentó en el amplio sillón frente a ella. Encendió un cigarrillo, apagó el fósforo, lo tiró al piso. Trajo una botella de cognac, una copa y volvió a sentarse. Se recostó con los zapatos puestos, apagó el cigarrillo aplastándolo contra el parquet, miró a su mujer.
  Le costaba pensar. Imaginó que esta situación no podría durar para siempre. En algún momento - se dijo -  tendría que desatarla.
   Exaltado, se puso a caminar sobre el sillón, a zancadas, todavía con los zapatos. Se lo veía desencajado, los ojos dilatados, enrojecidos.
   Fumaba uno tras otro, siempre usando el piso como cenicero.
  Se sonaba la nariz con las manos, limpiándose en la funda de la muda cretona.
  Terminó con el cognac, empezó con el whisky.
  Escupía sobre los patines: no se animaba a hacerlo sobre la madera lustrada.
  Puso el televisor al máximo.
  Para sostener su coraje acercaba la cara frente a la de su único espectador. Le clavaba la vista, desafiándola.

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  Antes de salir a la calle, aspiró profundo y llevó a los pulmones todo el aire de la cuadra. Acaso se sintió ganador, ignorando cuál era el premio ni contra quién o contra qué jugaba.
  Acaso se sentía perdedor.
  En el bar de la esquina buscó una mesita por el fondo, tomó un diario y pidió un café.
 



lunes, 27 de septiembre de 2010

La araña

La araña
Desde la inocente rama
Va descendiendo
Sin saber, quizá,
Qué significa descender.

Segrega y estira su hilo
Instintivamente
Con sabiduría
Con paciencia
Y se lanza de pronto sobre el efímero insecto.

Este señor
También desde su rama
Se descuelga
Y trata de estirar la tarde.
Si bien sabe que desciende.
Alarga su hilo
Y no le concierne la sabiduría
Y no le importa la paciencia.

Este señor,
Este insecto, digamos,
Trata de estirar la tarde;
La efímera tarde.
Pero su intención
Es opuesta a la de la araña.

Efímero el insecto.
Efímera la tarde
Efímero este señor.
Pero no la araña.

Este señor que estira la tarde
Para que la Araña no lo atrape,
Bien sabe
 - Porque no es inocente -
Que este juego es deshonesto.
Parcial.
Injusto.
Bien sabe
Que será atrapado
Envuelto
Amortajado
Por el ovillo que en su derredor
Le está tejiendo el Ocaso.

Josefina

El hombre ignora que es un muerto que conversa con muertos.
(Jorge Luis Borges)
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Desde este lugar apartado

mi corazón cae vertical

sobre tus ojos

que hace tiempo se despidieron.


Sobre tus dientes de gala.

Tus pocos huesos quietos.

Quién sabe.

Desde el prolijo estrépito

al murmullo.


Desde el escándalo de caireles

hasta el susurro caíste,

peregrina,

el equipaje rebosante de cáncer.


Solo en mi soledad de vivos

pronuncio en voz alta

el alboroto de tu nombre.


Soy yo, Josefina.

Tu deudo.

Tu efigie.

Jauría

No termino aún
de dar de comer al mes de julio,
cuando ya surge agosto
hambriento
ladrando frente a la puerta.

Señor
Qué poca piedad
tienen las jornadas
para con este señor.

Meses de veinticuatro horas.
Semanas hechas de viento.
Días como alfajores,
tan  minúsculos.

Se apura ella sola 
la canción,
aunque yo me demore
entre sus estrofas.

La música
bajo la ventana
también aúlla.

Invasión en blue

El azul  irrumpe.

Por la ribera de los cincuenta y nueve
camino descalzo,
pensador.

Se apartan de mí los rojos.
Me son esquivos.

Y el azul acomete de manera suave.

La sierra del carpintero
dentro de la caja de música
dale que te dale
girando,
mordiendo.

Se instala en las aguadas pupilas
el azul;
en las caderas porfiadas,
en los recelosos nudillos.

Clava su bandera ultramar
en esta luna sedienta.

A los cincuenta y nueve años
se atreve
y me quebranta,
un malhumorado color de Prusia.

Instituto Geriátrico "Años dorados"

 - Nati llevame al baño, querés.
- Con Dios me acuesto, con Dios me levanto. La Virgen María y el Espíritu Santo.
- No seas así Nati, llevame al baño.
- Documentos cuyos originales tengo a la vista y de los que agrego fotocopia autenticada.
- Cuándo me vas a sacar de acá, eh. No ves que me pegan. Para colmo la comida es asquerosa. Vení, no te vayás. Cuándo me vas a sacar de acá.
- Por qué no viniste con las nenas.
- Con Dios me acuesto, con Dios me levanto. La Virgen María y el Espíritu Santo.
- A ver, mi vida, abrí la boquita. Tenés que comer, cielo.
- Castañuelas, de marfil. Las de ciruelo se astillan. Las de naranjo, no, pero tienen sonido apagado.
- No vinieron las nenas. Por qué.
 Nati, me estoy cagando. Llevame.
- Qué va a ser mi hijo éste. No ves que no tiene bigotes, yo quiero que venga mi hijo. Mi hijo, entendés.
- Ser viejo es una mierda.
- Si querés que trague esta sopa inmunda vos traéme a mi hijo. No ves que éste no tiene bigotes. Mi hijo tiene bigotes.
- No querida, no podés salir a la calle solita, mi amor.
- Cuándo me vas a sacar de acá.
 - Su hermana la de anteojos vino ayer, que simpática que es. Y la otra también. Es tan fina la otra.
- Natiiiiiiiiiii.
- Hacete la viva ahora, delante de mi nuera. A ver, levantame la mano  eh, levantame la mano.
- Ahí viene, decile que no estoy orinando bien, que me cuesta mucho. Decile.
- Cuando venga su hermana digalé que se me está terminando el halopidol, que por favor no se olvide.
- Antes de irte dejame al lado de la ventana, para ver la lluvia. Es tan lindo ver la lluvia cuando llueve, la lluvia.
- Cuándo me vas a sacar de aquí, eh.
- Con Dios me acuesto, con Dios me levanto. La Virgen María y el Espíritu Santo.
- Natiiiiiiiiiiiiii.
- No me va a comparar. Las de marfil son otra cosa.
- Hoy su papá no habló en todo el día. Lo que pasa es que quiere mimos. Su papi es muy mimoso, éso es lo que pasa.
- No ves que me cago, Nati, Natiiiiiiiiii.
- Me lo llevo a pasear un rato y se lo traigo antes de la cena.
- Decile también que me dé algo para dormir porque de noche no se puede dormir. Tosen, lloran, hacen ruidos feos, me entendés.
- Ayer a la noche vino mi madre y me tapó bien.
- Acordate de traerme una silla de ruedas, así voy donde quiero. No como ahora que ahí donde me pone ésa ya no me puedo mover.
- Con Dios me acuesto, con Dios me levanto. La Virgen María y el Espíritu Santo.
- Querés quedarte a comer. Hoy dan polenta con tuco. Y flan casero.
- Enseguidita le traigo a su mamá. Está divina.
- Ser viejo es una mierda.
- Nat i i i i i i i i i i i i i



domingo, 26 de septiembre de 2010

Indagatoria

Te pregunto.

          ¿Hacia dónde mirabas?

          Una vez fui pájaro único,
          voluntario esclavo de un navío
          para tener a quién seguir,
          a quién perseguir.

          Nada más quería
          pero
          una mañana esa nave borró su propia estela,
          creó una tempestad íntima.
          Alteró la singladura.

          Y permanecí volando en el mismo lugar
          equivocando corrientes
          imaginando migraciones.

Otra vez pregunto:

          ¿Qué hacías
          cuando mi cabeza giraba alrededor de los pies
          cuando iba cayendo de noche en noche
          sin siquiera percibir una gota de sol,
          una limosna de alba?

Otra vez pregunto:

          ¿De qué reías
          cuando los alambres
          cimbraban alrededor mío,
          cuando las cáscaras de piel se desprendían
          y caían en el fondo del estómago?

         ¿Dónde estabas?