Después de tanto tiempo vuelvo a la antigua rada,
la austera bahía, los páramos del ansia.
Ya no está aquella casa, la imprenta y su fragancia;
sólo existe el aliento de una estirpe herrumbrada.
Del señor con sus manos no ha subsistido nada.
De aquella mujer miope se perdió su abundancia.
Y del recuerdo huye una minerva rancia
con el volante muerto, la correa saltada.
Desde entonces observo una cierta constancia
en caminar la vereda de la casa empañada
y exhumar en su puerta al hombre de prestancia:
sus manos de imprentero, su mujer atareada,
sus hijos que quizá eran su única ganancia.
Y alguna que otra lata de tinta. Derramada.
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