domingo, 3 de octubre de 2010

Soneto umbrío

Están los días en que a casa llego

y quieta, frente al pálido postigo

surge la sombra como un fiel testigo.

La sombra del que soy y seré luego.



Están las noches del febril sosiego,

la muerta cama , el dolor amigo

y otra vez la sombra, y el castigo

de odiarla y protegerla, como a un ciego.



Está la sombra vana, agazapada.

Sin ojos, sin luz y sin garganta;

pero a pesar de todo está y me canta.



Es mi viuda y lo sabe, y tiene tiempo.

Seguirá proyectándose en el suelo

cuando yo sea nada más que un duelo.

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