miércoles, 29 de septiembre de 2010

Madre del padre y otras cosas

Trasnochada es la mañana.

Y en el empedrado persiste

definitiva,

la huella de la última luna.



El ocre,

con la apariencia de la hojarasca agónica

aún respira.



Nada me es permitido llevar,

nada me es permitido recordar.



 
Sin embargo,

en el álbum de los otoños

custodio su fotografía.

Una imagen en blanco y negro

desde sus ojos celestes.



Adoquín y espuma

ella.

Sartén y tierra.



Con mi oído avizor,

incandescente,

trato de exhumar al menos

su idioma.



Rastreo sus manos,

perdidas entre tanta hoja reseca.

Sus manos que no ofendían

ni adelantaban la caricia.



Veo llegar al Barrendero.
Tararea.

Empuja.


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